Sí, quejarse fácil, barato, accesible y muy humano. Si quieres crear verdaderas conexiones humanas, haz un poco de jardinería y podaje personal, y deja las quejas a un lado. Mírate a ti. No molestes los oídos de las personas a tu alrededor.

Imagina esta escena: una pareja en la cocina, él acaba de hacer la compra después de un día agotador de trabajo. Organizó los alimentos como pudo, con buena voluntad y la mejor intención. Pero al abrir la nevera, ella comienza: “¿Por qué pusiste las verduras aquí? Los yogures no van en esa repisa. ¿No viste que faltaba leche?”
Él mira al suelo mientras ella enumera todo lo que está “mal”. Ninguna mención a lo que sí trajo, ningún reconocimiento al esfuerzo o al tiempo empleado. solo un inventario de faltas. Y cuando él pregunta qué propone para solucionarlo, la respuesta es silencio o “déjalo que ya lo hago yo”: otra forma de decirle “no sirves ni para poner cosas con lógica”.
¿Recordáis cuando jugábamos a la puzzles y a montar piezas en la guardería? Es uno de los primeros juegos de humanos y primates: juntar y poner cosas juntas, construir…
Esta escena se repite millones de veces cada día en hogares, oficinas y relaciones de todo el mundo. Y no es casualidad: quejarse sale psicológicamente más barato, sencillo, directo y primario que pararse a entender el esfuerzo del otro y evitar el conflicto. También daña la salud mental.
Psicología por el camino fácil
Desde una perspectiva neurocientífica, nuestro cerebro está diseñado para minimizar el gasto energético. Identificar problemas activa circuitos neuronales básicos de reconocimiento de patrones, mientras que generar soluciones requiere activar la corteza prefrontal, la región más demandante en términos de glucosa cerebral.
En otras palabras: criticar es automático, resolver es intencional.
Ahora bien, quejarse es muy humano porque nos proporciona beneficios psicológicos inmediatos y todo lo que huela a recompensa placentera inmediata nos engancha. Humanos y primates estamos predispuestos a la adicción, sobre todo si no hay consecuencias o secuelas inmediatas.
Quejarnos nos sienta bien ¡qué leches! Verbalizar nuestra disconformidad nos proporciona
- Validación social: Nos conecta con otros que comparten nuestras frustraciones
- Liberación emocional: Desahogamos tensión sin asumir responsabilidad
- Superioridad moral: Nos posicionamos como víctimas o sabios observadores
Pero estos beneficios tienen un costo oculto: nos mantienen en un estado de impotencia aprendida y ocasionan un desgaste en las personas a nuestro alrededor. A diferencia de la corta memoria de peces e insectos, las neuronas de los mamíferos son perfectas máquinas de unir experiencias pasadas y fabricar lo que llamamos “intuición”.
La cultura de la queja
La cultura occidental admite la queja como forma de comunicación. Es bueno ventilar los ánimos, no embotellar sentimientos, airear lo que a uno no le gusta (aunque sea un 5% lo que no le gusta).
En las culturas orientales, expresar una crítica es algo que debe pensarse muy anticipadamente. En el budismo se busca la armonía y la sencillez (el apego es fuente de dolor). En Japón, por ejemplo, forma parte de la buena educación no pronunciarse de modo que el oyente pueda sentirse herido.
“¡Cuánto esfuerzo en comprar y poner la comida en la nevera! Lo has hecho muy bien. Permíteme que cambie unas cosas de lugar para encontrarlas más fácilmente cuanto tengas hambre.”
En el ámbito empresarial, la cultura de la queja genera lo que los psicólogos organizacionales denominan “parálisis por análisis”. Las organizaciones se vuelven expertas en diagnosticar pero incompetentes para ejecutar.
Efectos observables:
- Reuniones que se multiplican sin resultados
- Empleados que desarrollan “fatiga de la frustración”
- Liderazgos que evitan la toma de decisiones
- Innovación paralizada por el miedo al fracaso
En el ámbito personal, la queja crónica “recablea” y predispone nuestro cerebro hacia la negatividad, creando lo que Martin Seligman describe como “indefensión aprendida”. La indefensión aprendida es ese sentimiento de derrota que nos invade tras comprobar que ninguno de nuestros esfuerzos sirven para alcanzar los objetivos deseados. A menudo resulta incapacitante, pues las personas abandonan su empresa, su compromiso o iniciativa ante la gran frustración que padecen.
La neurobiología del liderazgo resolutivo
Los estudios en neurociencia del liderazgo revelan que las personas que consistentemente buscan soluciones desarrollan patrones neurales distintos. Esto no significa que sean mejores o peores, ni que estén libres de defectos, pero sí suelen comportarse de forma distinta al patrón convencional que encuentra en la queja una válvula de escape y sus cerebros muestran mayor actividad en:
- Corteza prefrontal dorsolateral: Planificación y resolución de problemas
- Corteza cingulada anterior: Monitoreo de conflictos y toma de decisiones
- Ínsula anterior: Procesamiento de riesgo calculado
Estas diferencias no son solo resultado del temperamento; son consecuencia de hábitos mentales cultivados intencionalmente. A muchas de las personas que han interiorizado este patrón de comportamiento les cuesta entender que otras aireen su opinión (generalmente crítica o negativa) por asuntos triviales.
El Marco RARA: de la queja a la acción
Para transformar una mentalidad de queja en una mentalidad resolutiva, propongo el marco RARA (porque rara es la persona que no se queja)
Reconocer sin dramatizar
Identificar problemas específicos, no quejas emocionales generales. La diferencia está en la precisión: “No me gusta cómo organizaste la nevera” vs “Podrías poner los lácteos en la puerta para que duren más”.
Asumir responsabilidad parcial
Preguntarse: “¿Qué parte de este problema depende de mí?” Si tu pareja no organizó la compra como esperabas, ¿le diste una lista clara? ¿Le explicaste tus preferencias? Incluso si solo controlas el 20% de la situación, ese 20% es tu punto de influencia.
Realizar propuestas concretas
Cada queja debe venir acompañada de una propuesta constructiva. En lugar de “Nunca haces nada bien”, prueba: “¿Qué te parece si hacemos la compra juntos el sábado?” o “¿Te ayudo a organizar la nevera para que sepas dónde va cada cosa?”
Actuar a pesar de la incertidumbre
Implementar la propuesta más simple y medir cómo funciona. No esperes la solución perfecta; actúa con la mejor opción disponible y ajusta sobre la marcha.
El dilema del líder: riesgo y recompensa
Henry Ford no solo dijo “No encuentres la falta, encuentra el remedio”; lo vivió. Cuando todos criticaban sus métodos de producción, él experimentaba con líneas de ensamble. Cuando todos se quejaban de que los autos eran para ricos, él creó el Modelo T.
El líder resolutivo entiende una verdad incómoda: es más riesgoso no tomar riesgos que tomarlos.
Porque mientras tú te quejas de la situación, alguien más está resolviendo el problema y capturando la oportunidad.
Aplicaciones prácticas: transformando culturas de la comunicación
En el Ámbito Empresarial:
- Regla del 80/20 en reuniones: 80% del tiempo para soluciones, 20% para definir problemas
- Método “Sí, y…”: Cada crítica debe venir seguida de una propuesta constructiva. No personalices ni reduzcas la opinión a un “eres” (“eres un procastrinador”, “eres incapaz de comprenderme /comprender el problema” …). Personificar conduce a un callejón sin salida en el que el oyente se siente herido. ¡Recuerda el ejemplo japonés!
- Rotación de roles: Quien identifica un problema, debe liderar la solución, de lo contrario ha hecho una crítica no constructiva

En el Ámbito Personal:
- Diario de soluciones: Por cada queja registrada, anota una acción específica tomada ¿adónde te ha conducido? ¿qué ha provocado?
- Círculos de influencia: Enfoca tu energía solo en lo que puedes controlar o influir; evita los juicios gratuitos, sobre todo personificando en el “eres”.
- Experimentos pequeños: Probar micro-soluciones antes que lamentarse por macro-problemas
La paradoja se llama “Competencia Resolutiva”
Aquí radica la oportunidad: en un mundo lleno de quejosos, los que resuelven deberían tener una ventaja desproporcional.
Mientras la mayoría se especializa en identificar problemas, tú puedes especializarte en solucionarlos. No necesitas ser el más inteligente del grupo; solo necesitas ser el más orientado a la acción. Pero has de saber rodearte de gente orientada a la resolución, no al análisis crítico sin plan de acción para resolver un tema.
Terminando: el filtro lo cambia todo
La próxima vez que te encuentres en una conversación llena de quejas, aplica este filtro mental: ”¿Qué propones que hagamos al respecto?”
Observa cómo se transforma la dinámica. Algunos se callarán, otros se irán, pero los que queden se convertirán en tus aliados para el cambio real.
La queja es contagiosa, pero la acción lo es más. Y en un mundo que se ahoga en problemas identificados pero no resueltos, quien domine el arte de la solución no solo sobrevive: prosperará.
Porque al final, nadie paga por identificar problemas. Paga por resolverlos.
¿Te identificas con la cultura de la queja o eres de los que buscan soluciones? La respuesta está en lo que haces después de leer este artículo.
