Una mente inquieta
Manolito es una especie de niño curtido con los años y una imaginación desbordante. Su mente está siempre en movimiento, buscando retos intelectuales. No se conforma con la rutina diaria, sino que busca constantemente entre tecnología, lo nuevo, la política desde la distancia… deleitándose en todo lo que hace y aprende.
Hacer es aprender y al aprender, imaginas cómo poder hacer.
A veces puede resultar agotador estar en la piel de Manolito. Siempre tiene una idea nueva en mente y no para de hablar de ella. Bueno, primero la piensa, la rumia, y después habla de ella. O se la calla y la suelta en perlitas y asume que los demás le entienden. Pero eso es precisamente lo que le hace especial y único.
Un mundo de posibilidades
A sus 56 años, con décadas de experiencia en NLP, IA y una empresa propia, podría parecer incongruente que aún dialogue interiormente con aquel profesor que me advirtió: “No mates nunca al niño que llevas dentro”. Pero Manolito, ese alter ego desbordante de imaginación, no es un mero recurso narrativo. Es una metáfora viva, un arquetipo junguiano que desafía la dicotomía entre madurez y fantasía. Como si Peter Pan hubiese leído a Jung y decidido fundar una startup, dar charlas y webinarios y meterse a análisis de geopolítica.
El Niño como Símbolo de Rebelión Contra el Tiempo
Manolito evoca a los clásicos personajes literarios que encarnan la eterna juventud: el “Pinocho” de Collodi, luchando por ser “real” sin perder su esencia traviesa; la “Alicia” de Carroll, navegando entre el absurdo y la lógica; el “Don Quijote” cuyo idealismo desfasa la realidad o incluso el “Dorian Grey” que pacta no envejecer y se ve bien en todos los espejos, excepto uno.
Pero a diferencia de ellos, Manolito no habita un mundo de ficción: Manolito opera en nuestro mundo, respira nuestro aire y trabaja transformando lo cotidiano en épico. Su mente no es un “lugar de la Mancha”, un “país de las maravillas” o un espejo faustiano, sino un laboratorio de IA donde los algoritmos bailan y son interpelados al ritmo de preguntas como: ¿Pero y si…?
En términos literarios, Manolito es un trickster moderno. Como Loki o el Coyote de las leyendas indígenas, desafía las normas, pero con un propósito: recordarnos que la creatividad y la imaginación no son un lujo, sino un músculo vital para sobrevivir en un mundo hiperracionalizado. Su “parque de juegos” no tiene columpios, sino datasets, modelos de lenguaje y reuniones de board. Y sin embargo, la esencia es la misma: “jugar es la forma más seria de aprender”.
Psicología: El Precio (y el Poder) de Mantener Vivo al Niño Interior
Desde la psicología evolutiva, Piaget diría que Manolito está atrapado en la etapa *preoperacional*: aquella en la que el pensamiento simbólico y el egocentrismo creativo reinan. Pero aquí radica su genio: en un mundo adulto obsesionado con la *eficiencia*, él preserva la *curiosidad primaria*, esa que los psicólogos Mihály Csíkszentmihályi y Brené Brown al *flow* y la vulnerabilidad como fuentes de innovación.
Sin embargo, hay un coste. La mente de Manolito es una *máquina de ideas perpétuas*, y como bien señala el texto original: **“puede resultar agotador”**. La psicóloga Elaine N. Aron estudió a los “altamente sensibles”, aquellos cuya hiperestimulación neuronal los lleva a buscar constantemente novedad. Manolito encajaría aquí: su cerebro no “descarga”, sino que *reconfigura*. Cada idea es una chispa que podría incendiar un bosque… o consumirlo a él.
¿La solución? No domar al niño, sino *negociar con él*. Como explica el psicoanalista Adam Phillips en *“The Beast in the Nursery”*, el adulto funcional no reprime al niño interior, sino que lo integra: usa su asombro para cuestionar, pero aplica la experiencia para priorizar. Manolito, en mi caso, no es un caos: es el *CTO de mi propia psique*, testeando prototipos de ideas antes de escalarlas.
IA y NLP: Cuando el Niño Juega con Fuego (y lo Convierte en Herramienta)
En mi campo, la Inteligencia Artificial, la paradoja es clara: los sistemas más avanzados se entrenan con *datos del pasado*, pero innovan cuando introducimos *ruido*, aleatoriedad… es decir, cuando dejamos que la máquina “juegue”. Los modelos generativos como GPT-4 no son más que niños prodigiosos: absorben todo lo existente y luego improvisan, como Mozart reinventando escalas.
Manolito encarna este principio. En NLP, cada proyecto es una aventura: ¿Qué pasa si le pedimos al modelo que escriba un poema en código binario? ¿O que simule una conversación entre Shakespeare y un chatbot? Es el *juego serio* que el filósofo Johan Huizinga consideraba la base de la cultura. Y aquí, el niño no es un obstáculo para la profesionalidad: es su motor.
Conclusión: ¿Por Qué el Mundo Necesita Más Manolitos?
En *El Principito*, Saint-Exupéry escribe: *“Todos los adultos fueron primero niños. Pero pocos lo recuerdan”*. Manolito es ese recordatorio. En un contexto social donde la ansiedad existencial y el burnout son epidemias, su “espíritu aventurero” no es evasión: es resistencia.
Literariamente, nos recuerda que las mejores historias nacen de preguntas ingenuas. Psicológicamente, que la resiliencia requiere fantasía: sin la capacidad de imaginar futuros alternativos, caemos en la indefensión aprendida. Y tecnológicamente, que la IA no será ética ni creativa si le arrancamos su capacidad de “jugar”.
Así que, sí, Manolito puede ser agotador. Pero en un mundo que idolatra la productividad tóxica, su desgaste es revolucionario. Como dijo el poeta Rilke: *“Si su vida cotidiana le parece pobre, no la culpe. Cúlpese a sí mismo por no ser lo suficientemente poeta como para invocar sus riquezas”*.
Manolito, en definitiva, es mi poeta interno. Y aunque a veces quiera enviarlo a su habitación sin postre, sé que sin él, mi código sería mudo y mis algoritmos, meros contables.
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**PD:** A ese profesor sabio le agregaría hoy: *“No mates al niño que llevas dentro… pero ponle un contrato de confidencialidad”*. Hasta la próxima aventura.
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